viernes, 28 de marzo de 2008

¡Sí mi entrenador!



Dos hombres semidesnudos corren por una playa vacía, mientras se miran de reojo diciendo sin hablar: sigamos, no nos detengamos. El aroma de la testosterona y el sudor de aquellos dos estructurales amigos, se impregna en nuestros ojos y pensamientos. El esfuerzo y cansancio de Rocky, es apaciguado por el espíritu amistoso de su entrenador. La tensión sexual entre ambos es evidente, sin embargo camuflada en exhaustivos entrenamientos. La fuerza, los golpes y forcejeos son la excusa perfecta para dar paso al roce y terminar luego, en abrazos.


Un Rocky agotado, casi rendido, sólo levantado e inspirado por su entrenador, quien le enseña sin descanso y sólo por pasión las intrincadas técnicas del box.


Las oportunidades de expresarse son infinitas, desde que se encuentran solos en la ardiente arena de la playa hasta en un cuadrilátero rodeado de hombres rudos y encolerizados. Es sólo cuestión de tiempo para que flaqueen sus corazas y se entreguen a sus sentimientos, lo que no tardó en suceder: en aquel momento en que Rocky supera a su maestro en la playa, se miran al rostro y en un pasional abrazo, anteriormente contenido por ambos, se lanzan al mar mientras las olas limpian sus transpirados cuerpos, en una escena digna de una erección.